Descubriendo Japón por segunda vez
Sábado y domingo, 29-30/10/2022:
Excursión a Kawaguchiko
El lago Kawaguchi (que no Kawaguchi-ko, porque Ko precisamente es "lago" y, si lo usásemos, estaríamos diciendo literalmente "el lago lago Kawaguchi") está en el sur de la Prefectura de Yamanashi, la prefectura que limita al oeste con el Distrito Metropolitano de Tokyo. Se enmarca dentro de la región geográfica de Chubu, que abarca nueve prefecturas: Aichi, Fukui, Gifu, Ishikawa, Nagano, Niigata, Shizuoka, Toyama, Yamanashi y, a veces, se incluye Mie. Está ubicado en la ciudad de Fujikawaguchiko (-machi, no -shi, porque es más pequeña: 25 495 habitantes en marzo de 2021), en donde también se sitúa el monte Fuji.
Es el segundo más grande de los Cinco Lagos de Fuji, la región que se encuentra en la base del volcán (Yamanakako, Kawaguchiko, Saiko, Shojiko y Motosuko, conocidos popularmente como Fujigoko). En 2013, esta región fue incluida en la Lista del Patrimonio Mundial como el sitio cultural Fujisan. Aquí las prácticas espirituales siguen siendo habituales, con multitud de practicantes del budismo y del sintoísmo congregados en los principales templos y santuarios esparcidos por los pies de la montaña.
En realidad, el conjunto declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad integra 25 áreas separadas, entre las que destacan los ya citados Cinco Lagos de Fuji, el Santuario Sengen-jinja, Oshino Hakkai y el pinar costero de Mihono-Matsubara. También incluye rutas especiales de peregrinación a la cumbre del monte Fuji.
Estos cinco lagos, que rodean al Fujisan por su parte norte, están situados a unos mil metros de altitud. Yamanako es el más grande y el único que tiene una salida natural a través del río Sagami. Los otros lagos están conectados subterráneamente. De hecho, en el pasado, fueron uno solo. Ríos de lava dividieron aquel gran lago y a orillas de los nuevos creció el bosque Aokigahara, uno de los más famosos de Japón por lo impenetrable y silencioso que es (como curiosidad, muchos se pierden en él y hay quien lo elige para suicidarse)
Partí de Azamino el sábado a las 8:45 de la mañana. Me sorprendió el intenso tráfico. Hasta ese momento había creído que no circulaban demasiados coches en Japón, porque normalmente en Tokyo las avenidas y calles no suelen estar copadas por los automóviles. Lo mismo ocurre en Azamino. Pero desplazarse por carretera, e incluso autopista, es otra cosa, los atascos son el pan nuestro de cada día. Eso sí, la conducción es de lo más respetuosa y la gente es superpaciente. Y, una vez que sales del embrollo, la cosa va mucho más fluida.
El lago Kawaguchi es, quizá, el más turístico de los cinco lagos. Hay múltiples e interesantes opciones de ocio, las cuales lo convierten en un destino al que volver en repetidas ocasiones, porque es difícil abarcarlo todo en un par de días. Sea como sea, simplemente aparcar y caminar contemplando las maravillosas vistas con el color del otoño es un auténtico espectáculo. Aquí se celebra el Festival de las Hojas de Otoño, durante las dos primeras semanas de noviembre, cuando el rojo de las hojas de los arces y el amarillo de los gingko (nogal japonés) enmarcan las clásicas panorámicas del monte Fuji. Pero también hay que verlo en primavera, cuando los cerezos del lago florecen y los árboles de la orilla norte se iluminan por la noche para el festival de los cerezos en flor de Fuji-Kawaguchiko que se celebra a mediados de abril. Y en verano la zona se cubre con lavanda, durante el festival de hierbas en el parque Yagizaki, desde finales de junio hasta mediados de julio.
Ver el Fuji no siempre es posible. La mejor hora para hacerlo es al amanecer, como pude comprobar en la madrugada del domingo desde la ventana del hotel en el que nos alojamos:
Las vistas desde la plataforma son excepcionales, tanto de Fujikawaguchiko-machi como del propio lago.
En la plataforma hay un pequeño altar dedicado a los conejos, usagijinja (el santuario de los conejos) y también podemos ver la Tenjonokane (Campana de los cielos) que familias y parejas tocan para prometerse amor eterno o pedir buena salud para todos.
De hecho, la leyenda dice que la popular historia del cuento Kachi Kachi Yama transcurre en la zona del teleférico, de ahí que todo esté decorado con tanuki y conejos que van contando el famoso cuento.
Los tanuki son esa especie de "perro mapache" japonés, mamífero originario de Asia y un personaje muy importante en el folklore de este país. Suele presentarse como una criatura extraña y sobrenatural que engaña a los protagonistas de la historia.
No obstante, su imagen actual es más bien cómica, porque se caracteriza por poseer una gran barriga y unos enormes testículos, además de que lleva un sombrero de paja que lo protege de la mala suerte, un libro de cuentas y una botella de sake (todos ellos símbolos de prosperidad en los negocios).
En el siguiente enlace podéis leer el cuento escrito por Osamu Dazai, uno de los grandes escritores de la historia japonesa mundialmente conocido por su obra Ningen shikkaku (Indigno de ser humano)
Desde la plataforma parten senderos para hacer unas buenas caminatas. No era nuestra intención ir de senderismo ni de trekking, pero aún subimos un poco más, hasta otro mirador. En su base, hay algunas imágenes para hacer divertidos photocalls.
Como ya dijimos, hay muchas cosas que ver y hacer en Kawaguchiko. Pero nosotros no teníamos tiempo para todas ellas. De hecho, podemos visitar el museo Kubota Ichiku, un museo de kimonos y sedas; el museo de arte de Kawaguchiko, especializado en imágenes del monte Fuji; el museo de gemas de Yamanashi, mitad tienda, mitad museo; el Salón de las Hierbas, un jardín y un invernadero dedicados al cultivo de hierbas medicinales y aromáticas que se pueden comprar después en la tienda; el Salón de los Perfumes; el Museo Kawaguchiko Musekan, que expone los trabajos de Yuki Atae, un artista conocido por sus muñecas de algodón con expresiones humanas... hasta un museo de osos de peluche... También podemos dar un paseo en barco por el lago. En fin, que aburrir seguro que no te aburres.
Sentí no visitar el museo conocido como el Bosque Musical Kawaguchiko, especializado en instrumentos musicales dentro de un jardín estilo europeo con más de 1200 variedades de rosas. Aquí se encuentran las más curiosas cajas de música y una colección de instrumentos automáticos que se tocan y suenan por sí solos, provenientes de todas partes del mundo. Así, podemos ver la Philharmonic Orchestrion Titanic Model, creada con el frustrado objetivo de ser usada en el famoso trasatlántico y de valor incalculable. Su representación única puede verse en el Main Hall. Otro de los lugares destacados es el Organ Hall, que aloja el "dance organ" más grande del mundo junto con una orquesta de más de 40 muñecos autómatas. Este órgano belga automático fue construido en los años 20 y es capaz de reproducir piezas famosas a la altura de orquestas de renombre. Mide 13 m de largo por 5 m de alto y cuenta con unos 800 tubos.
Momijigari (ver el cambio de color de las hojas de los árboles en otoño) en Kawaguchiko
El otoño es una de las épocas culturalmente más importantes en Japón. Y, en concreto, el mes de noviembre. De hecho, se le conoce como "shimotsuki"= mes de la escarcha; "kagurazuki"= mes del Kagura (un tipo de música y danza sintoísta); "chuto"= mes central del invierno, y "yukimachizuki"= mes que espera la nieve.
El término "momijigari" significa literalmente "caza de hojas otoñales". ¿Por qué se utiliza el término "cazar"? Originalmente, "kari" se refiere al hecho de capturar osos salvajes, pero empezó a usarse también para atrapar animales más pequeños y aves silvestres, e incluso para cosechar plantas. También hay palabras japonesas como "kudamonogatari" (caza de frutas) y "shiohigari" (caza de almejas)
Con el paso del tiempo, la palabra empezó a usarse para observar plantas.
Hay quien dice que el origen de la expresión momijigari no es el que acabamos de aportar y nos remite a la leyenda de Momiji, la mujer endemoniada de Togakushi. Parece ser que hace unos mil años hubo una mujer llamada Momiji que estaba endemoniada y se trasladó a Togakushi (actual ciudad de Nagano). Si bien al principio tenía una buena relación con los vecinos pronto se alejó de ellos y se fue a vivir a una cueva llamada "la cueva de los demonios" (Oni no Iwaya) en el monte Arakurayama. Allí habitaba la banda de mujeres de Oman, una mujer de fuerza monstruosa, y junto a ellas comenzó a aterrorizar a la gente del pueblo.
La maldad de este grupo llegó hasta Kioto, donde Komimochi Tairano ordenó realizar una caza de demonios. Sin embargo, al llegar a las cercanías de la cueva, mandó detener a su ejército y organizar un banquete para espiar a Momiji. A partir de aquí hay diferentes versiones:
En una de ellas, Momiji ofrece sake envenenado a Komimochi disfrazada de monje y lo mata. En otra, es Momiji la que muere de esa forma.
Sin embargo, la versión más popular cuenta que el ejército no se detuvo, Momiji se transformó en demonio y luchó contra los soldados hasta que estos lograron vencerla gracias a las plegarias que elevaban a Buda mientras luchaban.
Pero sigamos con los colores del otoño:
La realidad científica que se esconde detrás de este cambio de color y posterior pérdida de hojas es el hecho de que los árboles se preparan para sobrevivir al invierno cortando el flujo de agua a sus hojas en otoño. Eso provoca que el pigmento verde se destruya y los colores rojo y amarillo, que hasta entonces eran difíciles de apreciar, se hagan visibles. Parece ser que el cambio se inicia cuando la temperatura baja a 6 o 7 grados Celsius por las mañanas.
Como ya hemos dicho, el 70 % de Japón está cubierto de bosques, lo que resulta ser el ambiente perfecto para la observación de estos cambios de color con la llegada del otoño.
Hay muchos lugares famosos para llevar a cabo esta actividad. En Tokyo, por ejemplo,
- el Showa Kinen Koen
- la calle Meiji Jingu Gaien, en el barrio de Aoyama
- la calle Koshu Kaido Ichi-namiki, en Hachioji
En Kioto:
- el templo Kiyomizudera, en Higashiyama
- la zona de Arashiyama
- el santuario de Kibune, al norte de Kioto
Y, por supuesto, en la zona de la Prefectura de Yamanashi, tenemos el Kawaguchiko. Aquí, como ya hemos dicho, se celebra un festival durante las dos primeras quincenas de noviembre, si bien este año empezaba justo el día de nuestra visita, el 29 de octubre.
Es como una especie de feria con puestos de comida y artesanía y la gente pasea por un estrecho camino junto al río en el que se puede apreciar la belleza de los arces japoneses vestidos con sus colores de otoño.
Habría que explicar que disfrutar de este espectáculo no es una tradición reciente, sino que se lleva haciendo en Japón desde hace centenares de años. Ya desde el período Nara (710-794) encontramos referencias a cómo los habitantes del país disfrutaban del enrojecimiento de las hojas en otoño. Durante el período Edo (1600-1868), los shogun y, más tarde, los samuráis, seguidos por los comerciantes y las clases bajas, eran los que disfrutaban de la contemplación de los cambios de colores con las distintas estaciones. Se dice que ya entonces el shogun Tokugawa Yoshimune plantó cerezos y arces en el parque Asukayama (en el actual distrito Kita de Tokyo) para disfrutar de la naturaleza . Ya en el período Meiji (1868-1912), los japoneses comenzaron a viajar por el resto del país para disfrutar de la belleza del momiji y sus mil colores.
Ya en el hotel, junto al lago, un tiempo de relax en sus termas (onsen) y una cena típica japonesa. Respecto a los onsen, el protocolo es muy estricto: dejas tu ropa en las taquillas (en este caso, cestas colocadas a tal efecto) y te duchas o lavas totalmente utilizando las instalaciones para ello (tienen todos los productos, gel, champú, acondicionador...). Una vez limpia, puedes meterte en las piscinas de agua termal (en el hotel, tenían una interior y otra exterior, bajo un techado de paja y rodeada por árboles, además de rocas). Para un occidental, puede resultar engorroso estar desnudo junto a otras personas, pero en Japón es de lo más natural y nadie presta atención a nadie (eso sí, hay onsen para hombres y onsen para mujeres). Una vez que sales, puedes pasarte un agua rápida o utilizar los secadores para el pelo.
Pagoda Chureito (hacia el este en el mapa de los cinco lagos)
Una pagoda es una estructura escalonada, en forma de torre, normalmente asociada con los templos budistas, típica del este y sureste de Asia, incluido Japón. Las pagodas están diseñadas para simbolizar montañas sagradas y, con frecuencia, albergan reliquias religiosas.
La pagoda Chureito está ubicada en la región de los Cinco Lagos de Fuji, en la base norte del Monte Fuji. En concreto se sitúa en el parque Arakurayama Sengen de Fujiyoshida, en la Prefectura de Yamanashi. Está formada por cinco pisos y es muy visitada por ofrecer una de las fotografías más conocidas del volcán, ya sea en otoño o en primavera con los cerezos en flor.
Fue construida en 1963 como un monumento a la paz que conmemora a los ciudadanos que murieron en las guerras desde mediados del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial.
Para acceder a ella, una vez se han superado las escaleras iniciales, se puede ir por una carretera que va ascendiendo suavemente o subir otro tramo de escalones, ¡400 ni más ni menos desde el santuario!. Pero las vistas desde la cima hacen que el esfuerzo merezca la pena (yo subí andando por la carretera)
Antes de llegar a la pagoda propiamente dicha, como acabamos de indicar, tenemos el templo. Se trata de un santuario sintoísta, bastante más antiguo que la pagoda (data del año 705), el Arakura Fuji Sengen Jinja Shrine, dedicado a la divinidad que protege contra los desastres y trae felicidad a la gente. Como señalamos antes, es parte de esas 25 áreas que forman el Patrimonio Cultural de la Humanidad de Fujisan.
En un lateral de la explanada, encontramos la fuente para lavarse con un curioso grifo en forma de dragón.
El mirador no está exactamente junto a la Pagoda, sino en un pequeño acantilado que se encuentra detrás de ella. Para evitar accidentes, el gobierno municipal ha construido una plataforma de madera. Allí, los visitantes japoneses y los turistas esperaban sentados a que las nubes se alejasen y, de ese modo, poder ver el Fujisan y hacer la famosa foto.
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Como podéis ver, yo hice la foto, pero el Fuji está totalmente tapado por las nubes |
En el parque se pueden realizar diversos recorridos a pie. Yo me quedé contemplando el paisaje y ellos subieron aún más.
Luego, seguimos viaje hasta otro lugar que también teníamos intención de visitar y que, en el mapa de los lagos, se encuentra un poco más al sur de la Pagoda. Pero antes, nos detuvimos en un típico mercado de frutas y verduras junto a la carretera.
Otra de las áreas Patrimonio Mundial de la Humanidad es Oshino Hakkai, una villa que presenta un hermoso conjunto de ocho estanques, cada uno con su propia historia (Hakkai significa "ocho mares"). Se trata de un pequeño y precioso pueblo digno de ser visitado en cualquier época del año. En otoño, sin embargo, se tiñe de ámbar cuando los árboles de hoja perenne se mezclan con el rojo de los arces y el amarillo de los gingko. A pesar de ser un destino popular y concurrido, como pudimos comprobar, la zona conserva un ambiente tranquilo.
Los ocho estanques son el resultado de la combinación de erupciones pasadas y la intensa actividad volcánica. Son conocidos por su agua rica en minerales procedente, mayoritariamente, de una reserva subterránea. El agua de Oshino Hakkai es tan clara que resulta sorprendentemente azul cuando miras hacia las profundidades (de hecho, hay una poza que tiene 20 m de profundidad y no lo parece).
En un principio, toda la aldea fue un enorme lago que se había formado por el deshielo del Fuji y el agua de la lluvia, conocido como Utsu. Debido a la gran erupción del monte Fuji en el 800 d. C., quedó dividido por la lava en dos: el lago Utsu y el lago Yamanaka. Después, el agua se drenó y en su cuenca surgió lo que hoy es Oshino Village, con sus ocho estanques, originados en los manantiales subterráneos del Fuji.
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Los peces que se ven son truchas arcoiris que te puedes comer en alguno de los pequeños restaurantes que rodean este estanque |
Cerca de uno de los estanques, mana una fuente en la que te invitan a meter la mano y comprobar si eres capaz de retenerla en el líquido durante 30 segundos. El agua está friíiiisima (procede del deshielo del Fuji).
Las callejas del pueblo son un sinfín de tiendecitas y puestos de comida en los que puedes encontrar de todo, hasta capullos de seda.
En el centro del pueblo, hay una enorme tienda de regalos, recuerdos y productos culinarios propios de la zona. La mayoría de los artículos están decorados con motivos relacionados con el monte Fuji. En el interior hay un pequeño puesto con café y helados. Algunas de las especialidades locales son los pepinillos en miso y kusamochi, arroz machacado en forma de albóndiga, de color verde, porque contiene artemisa, una planta aromática que se encuentra en esta zona. Está rellena de pasta dulce de judías rojas. También puedes rellenar una botella con agua que proviene del deshielo de Fuji: beberla te garantiza una larga vida (a ver si es verdad, porque nosotros lo hicimos)
Las casas y los jardines son una preciosidad.
Finalmente, visitamos el último de los estanques, un tanto abandonado, porque no está en el centro del pueblo. Hay un templo antiguo.
Apuntes sobre la importancia del Fujisan en la cultura japonesa
Mucho hablamos del Fuji. Pero no nos podemos quedar solo con la bonita fotografía (si somos capaces de conseguirla). El famoso volcán es mucho, pero mucho más que eso. La prueba son los más de 1300 santuarios sintoístas que miran al monte, una auténtica deidad para ellos.
El monte Fuji se encuentra en el centro del país, en la isla principal, rodeado por los famosos Alpes al noroeste y el océano Pacífico al sudeste. Administrativamente, se extiende por las Prefecturas de Shizuoka al sur y Yamanashi al norte (ambas en la región de Chubu)
Está considerado un dios protector, un símbolo, un peligro y una entidad viva. Se siente como un lugar energético. Su nombre significa "la montaña de la vida eterna". Hay una leyenda popular japonesa, El cortador de bambú, que cuenta la historia de una hermosa princesa llegada desde la luna y que es adoptada por una pareja de campesinos. Después de muchos años junto a ellos decide partir hacia su verdadero hogar y regala a sus padres adoptivos el elixir de la vida eterna. Pero los ancianos prefieren morir que vivir sin su querida hija, por lo que enterraron el elixir en donde hoy está el monte Fuji.
Parece que el culto se inició hace unos 2000 años, en una época de intensa actividad volcánica del Fujisan, aunque el primer santuario no se construyó hasta el siglo IX. Una de las principales figuras del culto al Fujisan fue Hasegawa Kakugyo (1541-1646), que, según cuenta la leyenda, alcanzó el nirvana en la cueva del viento o Hitoana, en donde hoy hay un santuario y multitud de pequeños monumentos, después de haber escalado la montaña más de 100 veces. Sus hazañas dieron lugar a una secta dedicada a la adoración del monte Fuji. Construyeron santuarios, crearon monumentos rocosos y ayunaron para dejar constancia de su dedicación. Subían a la cima del monte en una peregrinación a modo de ejercicio religioso. El fanatismo de este grupo llevó al shogunato Tokugawa a prohibir la religión. No obstante, la larga tradición japonesa de culto a las montañas ha hecho que este monte siga siendo venerado y respetado, siendo considerado un lugar de gran importancia espiritual.
Desde antaño, los japoneses han considerado las montañas con gran veneración, tanto cuando las adoraban como kami (dioses), como cuando las usaban como lugares en los que realizar las prácticas austeras de Shugendo, una secta que se basa en el ascetismo de la montaña.
La fama del Fujisan creció en el siglo XVII. Entonces, recién comenzado el período Edo, la capital se trasladó a Tokyo. Sin embargo, Kioto mantuvo su importancia y se fomentaron las comunicaciones entre ambas ciudades. En esos siglos, la falda del monte Fuji se transformó en lugar de entrenamiento para los samuráis, que perfeccionaron aquí la técnica del arco a caballo.
Con la restauración Meiji, la fama alcanzó nivel mundial. Aunque el primer ascenso ya se había realizado en el siglo VII, Rutherford Alcock fue el primer occidental en hacer cima en 1868. Fue el primero de muchos.
En la actualidad, más de 300 000 personas suben al monte Fuji cada verano. La mayoría programa su ascenso para llegar a la cima justo antes del amanecer y así poder contemplar la salida del astro rey. Se cree que contemplar esta visión trae buena suerte.
Como dato curioso, la subida al volcán estuvo prohibida a las mujeres hasta el año 1872, aunque ya en 1605 una mujer decidió arriesgarse y llegó a la cima disfrazada de samurái.
El monte Fuji se formó hace aproximadamente 100 000 años a consecuencia de erupciones volcánicas que lo han ido transformando en el pico más alto de todo Japón, con 3776 m de altitud. La última erupción tuvo lugar en el año 1707, duró 16 días y las cenizas llegaron hasta Tokyo.