Eduardo nos había comentado que no entendía por qué los turistas no visitaban el Palacio de Mafra, uno de los más bonitos y grandiosos de Portugal. Yo lo tenía en el punto de mira, porque se ve desde la carretera y siempre me decía que tenía que ir. Así que había llegado el momento.
Y la verdad, grandioso es, pero se halla bastante abandonado y descuidado, con excepción de la iglesia. En una zona se veían obras, pero tampoco demasiada actividad. Supongo que restaurar y rehabilitar un edificio de semejantes dimensiones exige un gran desembolso que no creo que el gobierno de Portugal se pueda permitir en la situación actual.
Dejamos el coche en un parking justo al lado del palacio y vimos una puerta lateral abierta por la que entraba de vez en cuando gente. Al entrar, a mano izquierda, todo está en obras y, de frente, esto es lo que se ve, una especie de claustro. Solo había unas escaleras por las que seguir el camino y decidimos subirlas.
Pero en cada descansillo solo nos encontrábamos con puertas cerradas, salvo en un caso en el que parecía haber una sala de catequesis o algo así en la que se iban reuniendo algunos niños y adultos. Total, que bajamos y dimos la vuelta al edificio para acceder a través de la fachada principal, que aún no habíamos visto.
¡Inmensa!
El Palacio Nacional de Mafra es un edificio barroco. La Real Obra de Mafra (palacio, basílica, convento, jardín del "Cerco" y parque cinegético de La Tapada) fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2019.
El Palacio fue construido por el rey Juan V tras haberle hecho a su mujer, la archiduquesa María Ana de Austria, una promesa, por la que se comprometía a construir un monasterio si le daba descendencia. Por entonces, el rey tenía 22 años y llevaba 3 de casado. El nacimiento de la princesa Bárbara de Bragança (después esposa del rey Fernando VI de España) hizo que el rey iniciara las obras.
La construcción se inició en noviembre de 1717 con el proyecto de realizar un convento para trece frailes franciscanos. Sin embargo, la llegada masiva de oro de Brasil hizo que el rey cambiase de opinión y decidiera construir un gran palacio. El arquitecto, Johann Friederich Ludwig, inició entonces la construcción de un gran palacio que movilizó a más de 52 000 trabajadores de todo el país.
Finalmente, la construcción del palacio permitió ubicar hasta a 330 frailes franciscanos sin tener que reducir el tamaño del palacio proyectado. Fue inaugurado el 22 de octubre de 1730 en honor del cuadragésimo primero aniversario del rey Juan V, con una serie de fiestas que duraron 8 días.
A primera vista, la construcción impresiona. 42 000 metros cuadrados, 1200 habitaciones, 200 m de fachada, 6 órganos, 98 campanas, 36 000 libros... un capricho megalómano, un emblema nacional. Su opulencia empequeñece aún más la villa que lo acoge, a tan solo 40 km de Lisboa.
Sin embargo, la familia real nunca se estableció en el palacio de forma estable. Fue utilizado para fiestas y como local de descanso después de los días de caza.
En el eje central del edificio, dedicado a la basílica, despuntan dos torres de 70 m de altura cada una.
Estas torres contienen dos carrillones compuestos por 49 campanas cada uno, fabricadas en Amberes en el siglo XVIII.
En cada uno de los dos extremos del edificio, se alza un torreón de tres alturas, pertenecientes ambos al Palacio Real, que se divide en Ala de la Reina, en la zona sur, y Ala del Rey, en la zona norte (cada una con su capilla, su cocina y todas sus excentricidades), separadas por una larguísima galería de 232 m .
Visitamos la Basílica, que es realmente bonita. Destacan la pintura del presbiterio, del italiano Francesco Trevisani, los retablos de las dos capillas del crucero y la fina escultura italiana. También los 6 órganos, únicos en el mundo, encargados por Joao VI a los organistas Machado de Cerveira y Peres Fontanes. Diseñados para funcionar en simultáneo (solo se escucha su melodía completa el primer domingo de cada mes), están compuestos por 2000 tubos cada uno, el más pequeño de 24 mm y el mayor de más de 6 m.
No visitamos el palacio, pero queda pendiente, porque he visto fotografías que dan fe de su grandeza e interés. Es un recorrido de unas dos horas y se nos hacía tarde para ir subiendo hacia Vigo, además de que Chus no se encontraba especialmente bien. Parece que la visita pasa por distintas habitaciones decoradas con colecciones de origen portugués, italiano y francés, con mobiliario, pinturas y esculturas barrocas, pedidos expresamente por los reyes. Destacan la Sala de Juegos, la de Instrumentos Musicales o la curiosa Sala de Caza.
Por lo que se refiere al monasterio, la zona contaba con 800 habitaciones, cocinas, jardines y su famosa Biblioteca. Tiene 83 m de largo y en ella se guardan obras nacionales y extranjeras de entre los siglos XVI, XVII y XVIII, entre las que destacan 41 mapas y 22 incunables extranjeros. Dicen de ella que tiene su propia colonia de murciélagos que conserva los libros y la madera libres de insectos.
En conjunto, el convento era austero y simple y se conserva como en el siglo XVIII. Llama la atención la enfermería dotada con una pequeña capilla para que los monjes enfermos no se perdieran ningún acto religioso. También se pueden ver la cocina, el refectorio, la sala capitular y un pequeño museo de arte sacro.
En el siglo XIX, los monjes franciscanos abandonarían el monasterio tras la disolución de las órdenes religiosas, quedando deshabitado tras la llegada de la República.
Cuentan que desde el Palacio de Mafra había un pasadizo que lo comunicaba con la localidad costera de Ericeira, que sería el que habría utilizado el rey Manuel II para huir. Otra leyenda hablaba de ratas gigantes capaces de comer gente viva.
El Palacio de Mafra dio pie a que José Saramago se refiriera a él en una de sus novelas, "Memorial del Convento". El autor, a través de un habitante de Mafra vinculado en el proceso de construcción del palacio, explica minuciosamente los detalles de la edificación.
Tal y como dijimos más arriba, el conjunto se completa con La Tapada (Parque Nacional de Mafra). Está situada junto al palacio y constituye la zona natural amurallada más extensa del país. En sus 819 ha acoge una amplia variedad de flora y fauna. Hoy está abierto al público y constituye un verdadero patrimonio natural de la zona. Perfecto para pasear a caballo, practicar senderismo o, incluso, tiro con arco. Tampoco hay que perderse el Jardín del Cerco, de corte barroco. Inspirado en Versalles, este espacio combina naturaleza, agricultura y jardinería y cuenta con una noria centenaria aún en funcionamiento. Dentro de él también se encuentra la huerta de los frailes con plantas medicinales usadas en la época de Juan V.
Seguimos rumbo a Vigo y nos detuvimos en Óbidos para que Marusela lo viera. Mientras ella y Pili daban un paseo por la villa medieval, Chus y yo esperamos en una cafetería. No hablo aquí de esta pequeña ciudad, porque ya lo hice en otro post. Dejo tan solo unas fotos.
Nos detuvimos aún en Nazaré, una para comer y otra también para que Marusela lo viera. Igual que con Óbidos, ya hablé de esta pequeña población portuguesa en otro post. Así que dejo un par de fotos.
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